Creo —por no decir “estoy convencido”— que dentro de no
mucho tiempo quedaré absolutamente mudo. Me he dado cuenta de que mi léxico
está disminuyendo, que casi no puedo hablar de corrido y que ponerme a
conversar con alguien es una especie de suplicio. Como si se me trabara la
lengua, como si alguien me fuera quitando las palabras de la boca una
millonésima de segundos antes de poder soltarlas. No es que me niegue al
diálogo (bueno, en algunos casos sí, pero eso es otra cosa), sino que el
diálogo se niega a mí. Entonces es esa especie de sufrimiento, porque mientras
la persona suelta su primer puñado de oraciones me quedo pensando en las dos
primeras palabras que dijo, y después en qué dijo y luego en qué responderle. Voy
atrasado digamos, lento digamos. No puedo coordinar lo que estoy pensando con
lo que voy diciendo. Ausente mi pequeño diccionario mental de sinónimos y
antónimos, perdida mi pobre RAE, lejano mi dialecto, oxidada mi lengua, mi
paladar y mis labios. Atrofiado, digamos de una vez por todas. Atrofiado verbal.
Vacío de palabras como un bebé. Por lo tanto ya saben: no insistan.
L.P.
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