jueves, 13 de diciembre de 2012

La Función





La mosca fue veloz. Un salto y vuelo espiralado hacia lo alto del cielo raso. Desde allí observó al perro que la había perseguido con la vista soñolienta. El perro no había sido lo suficientemente ágil. Percibió el andar de la mosca sobre su ojo izquierdo. La advirtió, aún dormido, y aún dormido la dentellada infructuosa se hizo eco en la atmósfera de la habitación. La función duró menos de un segundo, casi nada, casi nada de nada, pero el hombre había visto todo: la mosca, el perro, la mordida en el aire, la paz del insecto en el cielo raso, la nunca turbada armonía del perro que volvió a dormirse sin haber despertado nunca. El hombre se vio inútil en la incidencia; se vio allí, sentado, observando la escena repetirse en sus recuerdos efímera e infinitamente. Vio a los protagonistas que no lo vieron a él ni lo oyeron aplaudir, vio la desfachatez de lo acaecido que nada tuvo que ver con el único ser racional que habitaba el cuarto, con el hombre que se creía dueño del tiempo y el espacio y de todos los secretos. Comprendió que los hombres son invisibles, privados de tantas maravillas secretas, inútiles y pedantes ante Dios y lo escuetamente natural, insensibles o ciegos o lo mismo, y dedujo que aunque fuese rey y dueño absoluto del recinto, la escena no le pertenecería nunca. Sencillamente, él estaba de más en ese casi casi imperceptible universo. Y lloró. L.P.