miércoles, 13 de agosto de 2014

¿Por qué se mueren los perros? Dirán: se mueren porque se muere todo el mundo. Lo que intentaba decir era otra cosa: al menos podrían tener 7 vidas como los gatos, podrían tener una coraza como las tortugas, podrían ser longevos como los elefantes, podrían vivir más que nosotros. En cambio son frágiles, pequeños, peludos mansos con pocas ganas de vivir. Andan muriéndose a cada rato, injustamente, muriéndose en las esquinas y en los terrenos baldíos o en nuestras casas y dejándonos así, con un agujero en el fondo del patio y otro pozo doloroso en la memoria. Porque los perros vienen, nos invaden, nos mean las macetas, y cuando queremos acordar, cuando más los necesitamos porque somos así de lentos para darnos cuenta de lo bien que nos hace su compañía, ya estamos nuevamente solos con el perro muerto sobre la falda. A todos esos perros, a los que fueron míos con esa lealtad desmedida, con ese sacudir de cola, de agachar orejas y destrozar zapatillas, les debo algo más que el agradecimiento: lo justo sería un pedazo de mi propia vida así como ellos me concedieron, completa y desinteresadamente, la suya.
Estoy en el bar y el tipo de la mesa de al lado toma una servilleta y se limpia los mocos, la hace un bollito y la mete dentro de la taza de café que acaba de beberse. Sigue conversando con un señor de traje que tiene sentado enfrente, como si nada. Al los dos minutos vuelve a hacer lo mismo, y dos minutos después lo mismo, hasta que llena la taza con bollitos de servilletas con mocos. "Cagó", pienso. "Si ahora sigue con la taza del otro me descompongo del todo". También pienso: "¿qué pensará este tipo?" No, por lo visto el hombre es muy educado y no tiene intenciones de llenarle la taza de mocos al otro pobre infeliz. Lo que hace después de haber completado la suya es arrojar los bollitos debajo de la mesa. "¡Uf!" pienso. "Menos mal".
Ayer miraba un capítulo de Kick Buttowski, medio doble de riesgo, en el que Kick intenta que Jakie se enamore de su amigo Gunther y que de ese modo ella deje de acosarlo, enfermizamente, a él. Pero la chica no está enamorada de Kick sino por sus proezas extremas. Por lo tanto, el inútil de Gunther debe hacer alguna hazaña que ponga en peligro su propia vida para lograr que la chica le preste atención. Entonces sube a un pico montañoso muy empinado, llamado el Pico de la Viuda, que ni siquiera Kick se sentía preparado para afrontarlo, se acomoda en un carrito destartalado de cuatro ruedas y Kick le dice, desesperado: "¡no lo hagas, te vas a matar!" Entonces Gunther responde: "¡QUIERO VIVIR HASTA QUE DUELA!". Yo abrí los ojos lo más que puede, miré a mi hijo que no se inmutó, y lamenté por todos los cielos no tener uno de esos abonos del cable donde uno puede grabar de la televisión y volver a repetirlo cuantas veces quiera.
En un principio dudé si anotar la frase en la hoja de las frases con dueños o en la hoja de las ocurrencias mías. Pensé que nadie más en el mundo, adulto como yo, podría estar viendo ese capítulo de Kick Buttowski, medio doble de riesgo, donde Gunther pronuncia su genialidad en menos de un segundo. Arriesgué que si la edad promedio que a esa hora estaba viendo la serie fuera de cinco años y mi hijo, bastante avispado, no le había prestado atención, eran muy pocas las chances de que algún otro niño en el mundo hubiera abierto los ojos como yo. Pero para mi desgracia busqué la frase en google y efectivamente pertenece a Kick Buttowski, es un latiguillo de la serie. Cuando dicen "más fácil que quitarle un caramelo a un niño", no lo crean tan así. Ya no se le puede robar nada si siquiera a una serie animada. Yo que pensaba plagiar los cien años de soledad, imaginaros.

martes, 14 de enero de 2014

Puede que yo sea una mala persona

Hoy a la mañana salgo del taller para hacer un trabajo en la casa de un cliente. Paso por mi casa a buscar el taladro, unos tornillos, un alargue y un frasco de vidrio donde tengo guardadas todas las mechas que uso para agujerear pared. Apurado como siempre salgo con todas las cosas bajo el brazo, las tiro al lado del auto, cierro mi casa, meto las herramientas en el baúl y me voy. A las dos cuadras veo un auto con el capot levantado. Cuando paso el tipo justo cierra el capot. Lo reconozco y me hago el distraído. El hombre nunca me hizo nada, ni malo ni bueno, pero lo detesto digamos que naturalmente. Hablamos por casualidad dos o tres veces en esta vida y cada vez terminé odiándolo un poco más. Así que cuando miro por el espejo retrovisor lo veo en medio de la calle haciéndome señas. Se llevó los dedos a la boca y silbó un par de veces, y luego volvió a hacerme señas agitando los brazos. "Ni en pedo paro para remolcarte, pedazo de forro" pensé, y me sentí bastante bien hasta que dos cuadras más allá, más o menos, escucho una explosión, vidrios rotos, hierros rodando por la calle. Lo que el imbécil me quería decir no era que lo remolcara, sino que llevaba sobre el techo del auto el frasco con las mechas. Recordé, recién en ese momento, que lo había dejado ahí cuando metí las herramientas en el auto. Mientras recogía todos los vidrios y buscaba todas las mechas trataba de razonar si yo no sería en realidad un tipo jodido, una mala persona. Si habría alguna diferencia entre ser un jodido o un pelotudo, si podía elegir entre ambas cualidades o si en el mismo frasco podrían venir mezclados y sazonados los dos adjetivos.

jueves, 2 de enero de 2014

Por las dudas

Cuando empezamos a arreglar esta casa en la que ahora vivimos no le dimos importancia a la figura de la Virgen de Lourdes que aún sobrevive sobre la pared del frente. Es una imagen de 40 cm de altura por 25 cm de ancho, y la forman tres cerámicos pintados, embutidos en la pared y enmarcados por unos "firuletes" de hierro. Lo cierto es que a punto de terminar con la remodelación reparamos en la virgen ahí a dos metros y pico desde piso, tan visible ahora que la veíamos y coincidíamos en que "no pega ni con cola", así decíamos rascándonos el mentón o cruzados de brazos, pensándonos arquitectos, decoradores en pose afeminada, torciendo la cabeza de un lado hacia el otro para cambiar no sé que vana perspectiva. Acordemos que soy agnóstico practicante más por porfía que por estudio, y que pegarle cuatro mazazos a los cerámicos no me hubiera costado más de cinco minutos que entre tanto trajín ni lo hubiera notado, pero pasó otra cosa que aún no termino de redondear del todo que hizo que pensara en otra alternativa como tapiar la imagen, dejarla ahí pero oculta tras una fina pared de concreto y cortar los hierros que la adornaban. Pegaron el grito en el cielo, que algo había que hacer pero no eso, por respeto, por temor, por quién sabe cuantas cosas. ¿Qué hacer entonces? ¿Como se arranca o se oculta la imagen religiosa de una pared sin ofender, sin creer y sin temer? Porque en el fondo, digamos que a lo bruto, lo que pasa es lo siguiente: ¿y si realmente esa virgen estuviera ahí protegiendo la casa? Pienso que lo agnóstico no quita lo cauto, y pienso que esa imagen quedará ahí (esta frase común viene como anillo al dedo) hasta que las velas no ardan Así, como “por las dudas”, la virgen se volvió intocable. Uno nunca sabe.