jueves, 3 de enero de 2013

Sobre el perro

Llueve y mi perro está afuera. Bajo el porche, bajo el auto en el garaje, bajo los arbustos del patio. ¿Debería dejarlo entrar y que embarre todo el piso de la cocina? ¿Debería? ¿Será su mundo este interior de muebles anti naturaleza o simplemente entraría porque es tan perro fiel que no podría rechazar mi invitación? No entiendo mucho sobre perros, pero creo que algo antes inmodificable se está modificando. Las conductas, ni las del hombre ni las de los perros, son las de otrora.

Lo dicho

La historia que sigue me la contaron hace un rato, en primera persona. Si muchas otras personas me contaran diariamente cosas así, escribir ficción sería un tanto más sencillo. O mejor todavía: no se podría escribir ficción. 

"Esa tarde mi madre estaba un poco peor de salud. Acostada en la cama, me pidió si por favor le preparaba un té. Fui a la cocina, puse agua a calentar. Cuando volví a la habitación, la veo que inclina la cabeza hacia un lado entrecerrando los ojos. No sé por qué le grité: ¿¡Vos no te estarás muriendo, no!? Mi madre abrió los ojos, sonrió: ¡Pero no, che! Fui a la cocina, preparé el té. Cuando volví a servírselo, mi madre estaba muerta".

Proyecto novela

Despertó sobresaltado cuando creyó que alguien intentaba destaparlo. Se quitó de encima el sueño y levantó la cabeza. Miró hacia sus pies, sus piernas terminadas en pies. No había nadie, la habitación estaba vacía y observó que su mano, su puño, estaba cerrado a la altura de la cintura sosteniendo la sábana. Sintió cierto temor en ese principio, en cuanto se dio cuenta de que estaba tan solo en la habitación como lo había estado siempre. Se quedó despierto mirando el cielo raso, queriendo encontrar en él una explicación, anhelando oír en la oscuridad, queriendo tocar lo que sea, queriendo abrir el puño para soltar la sábana. Nada se movía, todo se escuchaba, todo era silencio en el tictac del reloj sobre la mesa de luz, en la araña tejiendo su tela sobre la lámpara que colgaba del techo. Oía el correr de su sangre, presentía la mirada de un mosquito. Volvió a recostarse boca abajo y descorrió su cuerpo hacia el borde del colchón; Se estiró para ver debajo de la cama: sólo pelusas y un rollo de hilo, una pelota de tenis y un guante de lana, sólo la noche como afuera, la noche que le llegaba convertida todavía en espanto. Un segundo más tarde escucho el vuelo de un murciélago en la habitación de al lado, los ronquidos de la abuela vieja, el temblor de la puerta que separaba los cuartos. ¡Qué placentero volver a conciliar el sueño! Sintió que sus párpados se cerraban, que comenzaba a soñar todavía despierto. La sangre se le detuvo, el murciélago también se detuvo, las sábanas otra vez bajo su mentón y los puños cerrados, la abuela vieja callada, como muerta; otra vez el sueño, las ansias del sueño, que mañana hay que volver a la escuela, que dentro de un rato hay que volver a la escuela... Tuvo tiempo de ver el brillo del reloj: las cuatro, las cuatro y cinco, las cuatro y diez… mejor dejar de mirar, mejor dormir, mejor entregarse al sueño antes que le vuelvan a correr las sábanas hacia abajo, mejor dormirse y rezar para no despertar cuando esto sucediera. Con esa impresión se durmió, con la idea de que un fantasma se escondía en alguna parte.

L.P.

Lo cotidiano

Hay personas que, sin saberlo, tienen tendencias suicidas. Suicidas que no se animan a suicidarse y quieren que los suicido yo. Porque mirá que pararse a mi lado y hablar y hablar como si alguien (yo ni loco) los obligara a hacerlo. Estoy trabajando, me ven que estoy trabajando. Así todo hablan y me cuentan cosas que a mí no me importan en absoluto. Ni una mierda me importa lo que tengan para decir. Me ven con el martillo en la mano, me están viendo que estoy con el martillo en la mano, no es que yo lo oculto. Estoy trabajando. Una de mis herramientas favoritas es el martillo. Mi tío siempre dice: "si nadie hubiera inventado el martillo antes, seguro lo inventaba yo". Si, un martillo precioso en la mano y así todo me hablan... suicidas estúpidos.