viernes, 16 de septiembre de 2016

No importa en qué programa miraba el otro día no sé qué cosa, cuando al descuido mostraron a una mujer paseando por una calle cualquiera. Y los conductores dicen: ¿Que esa no es Pastora Soler, una de las mejores voces de España? Enfocaban a una mujer no muy linda, desalineada, menuda, caminando distraídamente, mirando las vidrieras. Insignificante, podría decirse, tímida también, una mujer cualquiera. Y como soy un pelotudo que lo único que me diferencia de los caza-pokemones es que yo busco, enfermizamente, como una necesidad absurda, algo, cosas que me deshagan las pocas neuronas que me quedan, allí fui a buscar a Pastora Soler y el primer video que encuentro es el que pongo acá abajo. Vi a la misma mujer transformarse en esa cosa ahora sentada sobre el escenario, ya yo tan fea, ni tan pequeña, ni tan tímida. Recordé al pobre Gregorio Samsa convertido en insecto, porque esa transformación me pareció igual de mágica, aunque menos trágica y exageradamente más bella. Puse el volumen de los auriculares hasta donde pude aguantarlos, y me encontré de lleno con la fuerza abrumadora de Pastora Soler capaz de destrozar lo que se le ponga por delante, con esa cara de mala y poseída cantante de flamenco. Arte en estado puro y natural, una artista de esas que allí debajo son minúsculos seres que hacen las compras de jeans y remerita y hacen cola en la verdulería para pagar los dos kilos de madarinas que llevan en una bolsa colgando del brazo. Y luego, como en este caso, sufren esa magnífica metamorfosis y cantan, escriben, pintan, bailan y demás etcéteras, para que alguien como yo los vea luego desde cualquier lugar del mundo y le den unas ganas tremendas de llorar, o morirse, o de que se tumbe el mundo y no quede absolutamente nada en pié, no importa. Concibo esa única manera de apreciar el arte: en soledad y con los pelos de punta. Sé que no es fácil de comprender, ya me lo han dicho. Tampoco importa, pero agradezco y disfruto infinitamente que personas en apariencia tan o más comunes que ella, pueden detener mi fin del mundo aunque sólo sea por tres o cuatro minutos.