jueves, 25 de abril de 2013

Mi hijo y mi perro odian a Hemingway



         Este cuentito se ha terminado, dijo, y así fue. Valentino metió hasta el fondo de la bañera mi libro de cuentos de Hemingway. ¿Habrá sido sólo una reacción infantil? ¿Una travesura? Lo niños son un misterio. ¿Por qué no metió la media docena de sus libritos de patitos y chanchitos de mierda y los hizo puré dentro de la bañera? ¿Por qué tuvo que mojar justamente a Hemingway? Bueno, sospecho que los chicos son unos jodidos que algo saben de todas las cosas y entre todas esas cosas está la literatura. Por lo tanto, puede que la hermosa cabecita de mi hijo haya detestado la prosa "Hemingwayniana" desde la mismísima foto del maestro en la tapa del libro. De alguna manera supuso que no le agradaría jamás ese tipo, y que en algún futuro no tendría ni la más mínima intención de leer ninguno de sus relatos, ni siquiera “Las nieves del Kilimanjaro”, ni siquiera “Campamento Indio”, ni siquiera nada de nada.
           Bien, me dije: a poner el libro al sol y a ver qué se salva.
            Lo que aún no puedo entender, --quizás porque su raza no es mi raza y porque ponerme a pensar como un perro ya sería el colmo--, es por qué mi fiel mascota orinó a Hemingway. El libro al sol, abierto como un abanico, arrugado, descolorido, aún húmedo, agonizando, y el perro le pone el tiro del final, lo remata con su orina sin una gota de lástima. ¿Un complot en mi contra? ¿Mi perro y mi hijo contra Hemingway? ¿Mi perro sabe leer o sólo de divierte? ¿Me perdí de algo?
          No sé. Lo cierto es que el libro sigue ahí, secándose, aireándose, despatarrado como una araña, esperando que yo lo rescate de una vez, que lo ponga a resguardo de atentados, de tantos locos sueltos.


L.P.