sábado, 17 de abril de 2010

Cuidado con el perro

Volvió sobre sus pasos (pasos sus sobre volvió). Le importó una mierda la mirada del muerto (qué menos se podía esperar, el muerto era alguien al que él no quería demasiado). Lo que sí le importaba era que el muerto tenía en la mano la correa del perro. Con esfuerzo le abrió el puño apretado y le soltó la correa que, ¿casualidad?, en el otro extremo tenía sujeto al perro. El animal tuvo tiempo de lamerle dos veces la cara al muerto. En el tercer intento quedó la lengua suspendida en el aire porque el asesino lo arrastraba tras de sí. Salieron a la calle. El perro, obligado, seguía al muerto…. perdón: al asesino (ya dije que el muerto se había quedado adentro, o no lo dije, pero se sobreentiende). Lo cierto es que el perro salió con el asesino sujeto por la correa, o viceversa, y el muerto se quedó quieto adentro, sin la correa y sin el perro. “La culpa, querido perro, no es tuya, sino de quien te da de comer”, dijo el asesino. El sabueso asintió con apenas un movimiento de la cola, resignado: “wau” dijo, porque era lo único que sabía decir.
L.P