jueves, 5 de mayo de 2011

Un segundo en un siglo



El hombre dejó que la roca lo sostenga y que las pieles lo cubran. Observó la verticalidad de los objetos como la piedra-mesa o la piedra-televisor, quizás sospechando cierta ambigua estupidez natural. Luego sus ojos de acostumbraron a la posición y a la rigidez, a la abertura enorme de la caverna que dejaba entrar el olor del bosque; se fue acostumbrando a la ventana sin cortinas ni sol, al somier al que ya le sobraba un lado y dos patas, al animal que había matado en vano y al tapado de piel que colgaba del perchero, inútiles ambos objetos como así fundadas sus ganas de llorar.

La mujer no pensó en el garrote de otrora, ni en las promesas de entonces. Dejó que el hombre se durmiera y entró en la caverna, buscó lo que en aquellos años no tenía y colocó cuatro prendas y un par de zapatillas en un bolso de lona. Por algún extraño motivo sintió temor de caminar por la montaña y el bosque a esa hora del atardecer donde los animales (o los hombres) son peligrosos, pero de todas formas cerró la puerta y se alejó por la avenida repleta de automóviles y cirujas.

Algo se movió entonces, apenas, como un segundo. Cuando la mujer se perdió tras las rocas-edificios y cerró la puerta, él sintió ese movimiento en los ojos: un torrente de lluvia, una descomposición carnal. Se levantó deprisa, tomó el garrote sólo para volver a resignarlo contra la pared de la caverna, se rascó los cabellos enmarañados, amasó la barba hacia abajo, dejó tiesos los ojos y se dio cuenta de lo sucedido. En esa furia se arrancó las pieles que llevaba encima y se arrojó al suelo boca abajo, tragó el polvo y pateó el suelo. Luego giró, miró la roca del techo, el cielorraso de yeso, la lámpara, un cuadro en la pared, la puerta que acababa de cerrarse. Se arrojó sobre la cama, tembloroso, y se dejó rodar hasta caer sobre la alfombra; respiró pelusas. Algo se movió entonces en los ojos, apenas, como un segundo, como un siglo, como miles de siglos… y el hombre inventó el tiempo, el dolor, la tristeza, la bronca, el abandono y la lágrima. Sobre todo eso: la lágrima. O el desamor.

L.P

4 comentarios:

Una dijo...

Siento el pesar de cada roca...es como morder la culpa. Genial.
Te echábamos de menos, pero vale la pena esperar si el retorno es éste.

Mamen dijo...

Excelente regreso.

Isa dijo...

¡Excelente texto Lucas!

Un intenso párrafo final, una certidumbre que se nos escapa de entre los dedos

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

No sé que decir, soy neófito en estos atavares, ni siquiera sé el por qué me gusta, es decir desoigo la razón de lo ecuánime, del sentido común y del propio mismo. ¿Me gusta?, sí. La cuestión es que no sé si me gusta por el estilo, por lo cuasirreflexo de la acción, por la movilidad intrínseca de la palabra o por el total anacolutismo con el que se trata el tema. La esencia del ser plasmada en la roca de un segundo.
Creo que debo aprender a leer con un sentido lógico, uesto que no me gusta decir que me gusta sólo porque me gusta, debe haber otra razón ojala que Lucas pudiera ayudarme a desentrañar esta telaraña que forman mis emociones con su lectura.
saludos.