domingo, 16 de mayo de 2010

La necesidad tiene cara de hereje

Allí, los siglos y el casi olvido. Detrás de la roca, de la tapia, de la tumba, había un silencio hecho piedra, una vasta desolación de tiempo y arena.
Allí, detrás del polvo y de la momia —más tarde la odiaron— hallaron el papiro. Con sedas de manos lo tomaron los arqueólogos, con pinceles de dedos lo extendieron luego sobre la mesa del laboratorio; con asombro de ojos comenzaron a comprender la escritura.
Sobre los primeros párrafos descubrieron (o leyeron) las formas de la construcción de todas las cosas que todavía no era ninguna, los pormenores sobre la construcción de unas pirámides invertidas y vueltas a invertir, un Amenhotep en Hiroshima, a siete Nefertitis desnudas sobre la proa de algo que era propiedad de Noé, un Akenatón hermafrodita prostituyéndose, un Tutankamón en Waterloo. Un Aleph como el de Borges pero vergonzante. A Dios descubrieron, el secreto de la creación y el no secreto de la destrucción divina o sin adivinar; a unos gatos extraños cazando palomas en bosques de Palermo.
Pero ocurrió que también allí, en medio de un espasmo de entusiasmo, los arqueólogos y científicos no descubrieron nada más, porque una mancha oscura hacía imposible la lectura de los jeroglíficos, desbarataba los signos, las ilusiones. Dos segundos más tarde supieron que la mancha era de mierda y que la momia tenía las vendas abiertas debajo de la espalda.
L.P.

4 comentarios:

Pombolita dijo...

¡Qué horror!, ¿quiere decir que la enterraron viva?....
pobre momia, Lucas

Pombolita dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Javier Mardel dijo...

Siento derrochado el recurso de las manos, los dedos y los ojos. Creo que con una bastaba, cualquiera de ellas. Un efecto similar, para no gastar tan baratamente este tipo de cosas, lo da Borges (ya que lo mencionas) en alguna de las conferencias de Siete Noches. Tendrás que buscarlo, no recuerdo cuál es.
Te dejo un saludo. Que la estés pasando bien.

Anónimo dijo...

Me encanta esta forma que tienes de derrumbar, en un tris y sin ayuda de nadie màs, toda la solemnidad que en un principio envuelve tus relatos. Y, sin embargo, queda el sabor de la amargura descubierta luego de cerrar el telòn.

Un beso casto, Levi, compañero..