sábado, 1 de mayo de 2010

Entrevista a Alberto Laiseca

Ahora, recién, buscando en esos archivos aquellas cosas que hace rato dejamos de buscar, encontré la entrevista que le hicimos con Sir Aiod Silver a Alberto Laiseca. Debe hacer de esto unos siete u ocho años, si no más. Fue la primera y última vez que entrevisté a un escritor consagrado. Fuimos, miramos un poco: un departamento pequeño, color nicotina. Dos de las cuatro paredes con estantes repletos de libros, todos forrados con papel blanco. Una mesa, dos gatos, ceniceros por doquier.
Nos pareció raro estar delante de un escritor consagrado, nos pareció muy bueno estar delante de un escritor consagrado.
Dicha entrevista iba a ser publicada en una revista literaria que estuvo a punto de fundarse y nunca se fundó (tal vez condenada por la utopía). La idea surgió de un grupo de (perdón al idioma, el asesino se llama Neologismo) “internautas” que habíamos formado una mínima comunidad dentro de la web. El sitio se llamaba La Cloaca. La revista se hubiera llamado La Cloa. Pero ocurrió lo que todos sabíamos que iba a ocurrir: volvimos de la entrevista, edité, corregí más o menos y jamás, ¡pero jamás, eh!, se volvió a hablar de la revista. El material quedó archivado a la espera de, al parecer, este momento. Por respeto a Laiseca, porque siempre lo que dice un gran escritor es un material invalorable, es que publicaré la entrevista en el blog. Una pregunta-respuesta por semana. Despacio, mechado, paciencia. Eso: no se amontonen.


Alberto Laiseca nació en Rosario en 1941. Trabajó en diferentes oficios en distintas provincias. Fue durante seis años empleado telefónico y durante otros diez corrector de pruebas en el diario La Razón. Desde hace algunos años es asesor de la editorial Letra Buena. Ha publicado las novelas Su turno para morir (1976), Aventuras de un novelista atonal (1982), La hija de Kheops (1989), La mujer en la muralla (1990) y El jardín de las máquinas parlantes (1993), los relatos de Matando enanos a garrotazos (1982), el ensayo Por favor ¡plágienme! (1991) y los Poemas chinos (1987). Pero bastante antes de publicar su primer libro, Alberto Laiseca ya estaba trabajando en lo que se convertiría en su mítico hijo literario: Los Soria, una monumental saga novelística de mil quinientas páginas que intenta «reflexionar sobre el poder absoluto y la posibilidad de organizarlo de un modo más humanizado», según Laiseca. Finalmente, dieciséis años después de terminada, Los Soria fue publicada en 1998.


CLOACA: ¿Qué significa ser excéntrico en literatura? ¿Existe un centro en la literatura argentina?

LAISECA: mirá, yo no sé demasiado de centro, ni de cosas. Supongo que la palabra excéntrico, quiero pensar, está utilizada a la manera británica (se ríe). Mirá, en el siglo pasado había en Londres un club exclusivo para gente excéntrica. No eran locos, eran excéntricos. Todos los santos días de Dios venía un tipo muy rico (ahí solo podría entrar gente de mucha guita). Era un señor muy bien que usaba unos zapatos que valían tanto como una casa. Se sentaba en ese club y el mozo ya sabía lo que le tenía que traer, y le traía no sé si medio o un kilo, creo que un kilo de helado de chocolate y, ponele, sambayón, que eran sus gustos predilectos. Invierno y verano, durante 28 años, todos los días, hasta que se murió y por lo tanto dejó de pertenecer al club. Al helado se lo ponía en el interior de los zapatos, se los volvía a calzar con el helado adentro, naturalmente, y se iba. (Risas). No era loco, era excéntrico. Bueno, se sale de lo normal ese señor. Yo siempre he dicho, no me gusta opinar de los otros, pero sin duda mi escritura, mis ideas, mis imágenes, son exageradas. Por eso soy el inventor del realismo delirante. Pero siempre he sostenido que lo que no es exagerado no vive. Así que, tal vez, eso explique mi excentricidad. Si algo obtuve en la vida fue precisamente gracias a mis exageraciones. Cada vez que fui prudente, prudente sobre todo, me fue para la mierda. Lo poco que obtuve, o mucho, como quieras llamarlo, lo obtuve gracias a mis imprudencias. No sé qué opinar de otro, no sé qué podría ser normal o anormal, no sé….

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué agradable sorpresa :)

En octubre del año pasado, dentro de los eventos que tuvieron lugar en la 41a. Feria Internacional del Libro en Aguascalientes -mi pueblo-, tuve la oportunidad de conocer a Alberto Laiseca. Disfruté la personalidad de este abuelito (en una revista cultural le llamaron "monstruo", seguramente por su estatura :S) en tres ocasiones: 1) La presentación de su libro titulado "Manual Sadomasoporno (ex tractac)"; la narración de "La Caída de la casa Usher", en su voz, bajo una tenue luz sobre su figura, y en total intimidad con los asistentes; y 3) Una mesa redonda denominada "Los caminos de la literatura latinoamericana", en la que participaron tanto él como César Aira (quien no me causó gran impresión, quizá porque no tuvo nada con qué impresionarme, quizá porque estuviera un tanto predispuesta a causa de los comentarios más bien negativos que nuestra vieja conocida "internauta" azulperezpigazzi ha emitido respecto a él en su www.elmarablog.blogspot.com), el poeta cubano Alberto Sicilia (quien, de ordinario, desempeña el oficio de chofer con su taller literario itinerante) y Eduardo Casar, poeta mexicano.

El libro no me pareció la gran cosa, pues lo que ahí se dice no es nada nuevo y la forma en que está escrito no impresiona (aunque, según dijeron, las ilustraciones son bastante sugerentes. Creo que eran imágenes de muñecas inflables o algo así). Pero, de lo que Laiseca leyó ante nosotros, puedo deducir que está divertido.

La narración oral me gustó más porque se notaba que el abuelo disfrutaba lo que hacía; una narración acompasada y bien provista de efectos especiales, jaja.

Y, finalmente, la mesa redonda. Me encantó lo bien y natural que le salía al abuelo Laiseca romper con el orden de la dinámica. El moderador trató en todo momento de llevar cierto orden en las intervenciones de cada uno de los invitados; pero, cada vez que a Laiseca le tocaba el turno para dar su opinión acerca de alguno de los temas propuestos, el señor contestaba lo que le venía en gana sin importar que lo dicho tuviera o no relación con lo que se le había preguntado jajajaja; ya luego se disculpaba por su discurso "fuera de contexto" :P

En algún momento hizo alusión a la frase: "Aquí nadie me ve, pero allá nadie me escucha", y le pregunté si acaso ello tenía que ver con la imperiosa necesidad del escritor de ser efectivamente leído, escuchado, tomado en cuenta (obviamente, mi idea partía de una concepción egocéntrica de la escritura), y él, con su calma de abuelo, me miró y dijo (palabras más, palabras menos): "No. El escritor no escribe para ser 'tomado en cuenta', pasa que no puede sustraerse del innegable hecho de la existencia de 'los otros'; por lo tanto, escribir es un homenaje que hace a todos aquellos seres que le rodean, no así un acto narcisista tendiente a hacerse notar." Me sentí como una niña a quien su abuelo ha dado una lección de vida, aunque todavía no estoy segura de que aquella haya sido la respuesta que mi pregunta pedía (¡Bah! Igual y no formulé adecuadamente la pregunta XP).

En fin, agradezco mucho el que me hayas brindado la oportunidad de contarte todo esto, aunque tuviera que ocupar tu espacio con tanta palabreja :P En cuanto a la revista, bueh.., lo que no fue ¿no será?; como sea, lo que importa es lo que subsiste, y me alegra que hayas decidido desempolvar esta entrevista para compartirla con nosotros, así, poco a poquito ;)

Te mando muchos besos, y si aún tienes comunicación con el estimado Sir, por favor, dale mis saludos; de no ser así, deja entonces que los saludos vuelen con rumbo desconocido :)

La Celebración del Escarabajo dijo...

"Pero" ex-céntricos ya somos todos desde hace tanto. Galileo nos sacó del centro del mundo, Marx del centro de la historia y Freud del centro de nosotros mismos. Vivir de manera exagerada es la forma más natural de vivir. Hay que ser bastante ex-céntrico para convivir, por ejemplo, con empresas operadoras que privatizan el agua. Porque vivir es además reconocer la famosa "alteridad radical". Vivir en otros, o como dice Julieta Valero: "Tienes lugar en los ojos de tu madre, en la boca de amigos, sastres y tenderos, en el silencio de los contables. En todas las palabras, comidas y siniestros, a los que renunció tu memoria, pero aconteces como nunca en las aceras, cuando libre de vigilias irrumpe tu sólo forma oceánica..."

Ponerse helado en los zapatos no debería ser algo ex-céntrico, porque considero que la excentricidad no debería formularse desde la diferencia, sino desde la igualdad. Podría estar "des-centrado", y luego la pregunta que falsearía la afirmación sería: "¿Descentrado de qué?" Entonces irrumpiría el temor del centro, de la órbita, de las oscilaciones de la metaestabilidad. ¿Tener un orgasmo viendo zapatos de mujer o un frasco de mayonesa debería ser una excentricidad?

La excentricidad debería llamársele a lo que Cortázar decía lo "absurdo", que "es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te volverá a pasar." Lo ex-céntrico debería fundarse en el concepto semiótico de "continuidad". Sí, hay que sospechar de lo cotidiano, de lo que carece de excepciones. El misterio ahora se encuentra en la piel, en lo que la luz refleja en la superficie de las cosas. El monstruo ahora se parece a nosotros, luce como nosotros, y eso es lo monstruoso, no le podemos distinguir.

En todo caso, los mal llamados "excéntricos" serían los más centrados porque señalan un punto de referencia, una intertextualidad. Como dice el propio Laiseca: "(...) soy el inventor del realismo delirante"; eso sí es tener cordura.

C.A.S.L.